Saturday, June 24, 2006

¿coincidencias? por simon engel


Si hay algo que nunca he podido, ni he querido olvidar de mi infancia, son aquellos días de Septiembre (Vísperas de Yom Kipur) en que nos juntábamos los cuatro hermanos con nuestras mejores teñidas ochenteras (llámese baguis blancos, camisas de mezclilla de Flamenko, zapatillas North Star, conjuntos Uma y otros) para ir a la Sinagoga de Portugal, a ver al Tata y la Lele, que llevaban ahí como tres semanas ayunando y rezando.

Nos íbamos con el Juan en el auto blanco y, hacíamos la clásica escala en el camino para comprar un ramo de flores para la Lelungla (Siempre lo llevaba la Cata; que era la que se sentaba con ella, en la sección mujeres del Shil).

Como saben, el Tata (si bien lo fue para todos nosotros), fue para mi algo indescriptible, sobre todo cuando era chico. Podía pasarme horas solamente mirándolo… me encantaba verlo comer… lo acompañaba mientras se afeitaba, esperando hasta el final para darle un beso, porque la cara le quedaba suave como guagua y con ese olor perfumado a crema de afeitar.

A pesar de no ser, ni haber sido nunca una persona religiosa, la imagen del Tata rezando en el templo con su terno más elegante, su reloj dorado (no de oro, porque, como todo en esta casa, el de oro era para ocasiones especiales…¿¿¿?????) y su Talit, era algo sumamente especial para mi. Era la principal razón de mi presencia, porque esperaba ansioso el momento en que debíamos entrar (una especie de recreo entre rezo y rezo), a través de esa puertas, forradas en una especie de cuero blanco, con ventanitas circulares (como las de las puertas de cocina de un restaurante). Todas las viejas klafte se daban vuelta a mirar quién era el que entraba y, también lo hacían ellos (Los abuelos) que nos saludaban con una sonrisa de oreja a oreja después de habernos esperado todo el día.

Como yo era el regalón del Tata, me tocaba sentarme a su lado… tenía el agrado de escucharlo cantar las distintas oraciones (con voz de Tata, media operática) y de cuando en cuando, bajaba el libro que tenía junto a su pecho para indicarme las páginas que tenía que leer cuando me tocara rezar alguna de las rogativas como Jizkor (en la que pedíamos por nuestros muertos) y uno que no recuerdo el nombre, dedicado especialmente a la madre fallecida.

El momento del clímax era cuando al Tata le tocaba salir adelante y cantar junto a esos viejos (que para mí eran como los cabrones) que siempre estaban adelante y guiaban toda la ceremonia. Ahí el Tata ya era mi ídolo máximo porque estaba en el nivel más alto, era como de la realeza del Shil.

Después venía el paseo de la Torah (acompañado de un canto cuya melodía no recuerdo exactamente), en el cual cada uno tocaba las sagradas escrituras con su Talit y luego lo besaba. El tata me metía entre medio para que yo alcanzara, pero pasaban muy rápido y muy alto para mi.

El punto de todo esto, es que cada año, sin excepción, se sentaba junto al Tata un viejo alto, grande y narigón (por un lado estaba yo y, por el otro este viejito)…

Como yo me dedicaba más a mirarlo todo, me quedaba pegado mirando al Tata y a este viejo durante toda la ceremonia… me entretenía viendo como se movían al cantar, pensando como lo hacían para saberse todas las canciones, lo parecidas que tenían las manos… puras tonteras así…

La cosa es que nunca más me olvidé de este viejo y, cada vez que me acuerdo del Shil, aparece su cara entre medio.

Hoy, camino al Preu, se subió a la micro un viejo muy parecido… por supuesto que ahora con bastón y un poco más deteriorado, dando cuenta del paso del tiempo.

Casualmente la persona que estaba al lado mío, le cedió el asiento, por lo que sin quererlo, quedé, después de tantos años, nuevamente sentado junto al viejo cuyo notable olor a naftalina, hizo que todas mis dudas con respecto a su identidad se disiparan al instante… (Solamente faltaba el Tata)

Después de meditarlo por algún rato y, conciente de que podía bajarse en cualquier momento, le comenté:

“Usted iba siempre a la Sinagoga de Portugal”

Sí, me contestó… pero antes.

“Es muy raro, pero, nunca he podido olvidarme de usted… yo iba todos los años para Yom Kipur con mis abuelos y, usted era el que siempre estaba sentado junto a él”

Como pasa el tiempo, me dijo…

Y… ¿Cómo se llamaba tu abuelo?

“Benjamín Engel”

Silencio…

No me recuerdo (con acento alemán)

Fue ahí cuando pensé… quizás cuantos años fueron juntos a la Sinagoga, conversaron varias veces, siempre se sentaron uno al lado del otro…. ¿Y nunca se conocieron en verdad?

“Es que mi abuelo acaba de fallecer (le dije) y, estoy con estos recuerdos más vivos que nunca….

Después de un silencio prolongado, me miró y me preguntó…

¿Tú eres algo de los Izak?

Sí le dije yo….

¿De Rolf Izak?

Sí, es precisamente mi otro Abuelo…

Ahhhhh…. Pero que coincidencia…. Yo soy muy amigo de Rolf…. Éramos compañeros de colegio en Alemania… es más acabo de estar con él y tu Abuela en Berlín… si nos fuimos a Polonia y Noruega juntos… y Bla bla bla…

Y resultó ser, que finalmente este incógnito señor que yo veía como el gran compañero del Tata Benjamín en la Sinagoga, era en realidad uno de los grandes amigos del tata Rolf desde la infancia.

De cualquier manera, me encantó haberle hablado y, haberlo conocido finalmente después de tanto tiempo recordándolo…

¿coincidencias?

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